miércoles, 30 de agosto de 2017

Jacques Monod: contingencia

Saber. Sin saber


O mejor, saber sabiendo que no se sabe. Claudicación casi imposible. Así, sin más, aceptarlo. 

Porque a excepción hecha de Dios, se dice que profetizó Sócrates al momento de tomar la cicuta, a nadie le es dado conocer si quién queda en mejor rumbo, si el que muere o el que se mantiene vivo. 

Dijera así el filósofo a modo adiós y sentencia irrevocable: “Ahora es tiempo de irnos. Yo a morir, y ustedes a vivir. Pero cuál de nosotros tenga la mejor perspectiva, es algo que nadie puede saber, a excepción hecha de Dios”.

No hay accidente vital mayor, paradojas de paradojas, que la muerte. Pero no es el único. 

El nacimiento mismo, se cuenta entre ellos, qué duda cabe. Despertar, volver del sueño, una más de las contingencias que pueblan toda existencia. 

Dar con el otro, reconocerse en él. De lo imperioso y sus leyes; de lo fortuito y sus devaneos, está hecha nuestra condición. 

Seres de lo imprevisible y lo mesurable; por igual.

Reconocido en 1965 con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, no es exagerado atribuir a Jacques Monod reinventa la biología molecular.

Lo hace a partir de que descubre una molécula específica que hace las veces de mensajera.

A partir de ese punto, propone que ésta tiene como misión “desatar” la información codificada en el ADN y las proteínas. 

Es decir, una molécula a la que debemos en buena medida aquello que se transmite de generación y generación, y que da forma a lo viviente.   

Explicables, sí; previsibles, no, lanza Monod, cual dardo al centro de lo que él mismo llama la ilusión antropocéntrica. 

“Nos queremos necesarios, inevitables, ordenados desde siempre. Todas las religiones, casi todas las filosofías, incluso una parte de la ciencia, atestiguan el incansable, heroico esfuerzo de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia”, asevera Monod.

La vida y lo viviente, se esparce entonces, en su explicación extrema, entre el juego y rejuego de las posibilidades infinitas, entre el azar y la necesidad, Demócrito tenía razón. 

Ciencia y verdad, corresponde al campo de las grandes preguntas humanas, postulaba convencido Monod.


Nuestras sociedades, alertaba ya en 1970 Monod, intentan aún vivir y enseñar sistemas de valores arruinados. 

Aceptar no saber, no significa desentendernos de la necesidad de reconciliar eticidad y verdad. 

A más de 40 años de su muerte, su llamado ético sigue vigente. 

Puede que la vida sea contingente; los valores, no.

@atenoriom
antoniotenorio.com

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